“Qué difícil es escribir cualquier cosa”. Mariana Enríquez en un envoltorio de chupeta. Abelinis, Ciudad Juárez, noviembre 2023.
Ya no bebe, ni fuma. Antes lo hacía en exceso y eso le estorbaba para escribir. Entre el vicio y la escritura, escogió la segunda. Habla con las manos, como si amasara las palabras. Dice que le obsesionan las manos, dice que los chaqueños están locos porque toman fernet con Coca-Cola, dice que es fan de Boca. No toma mate, odia el mate. En la mesa esquinera del bar Kentucky, donde se inventó la Margarita —cada ciudad de México parece tener su versión y su tajada de autoría al respecto—; el atardecer es verde como la absenta debido a los fluorescentes y le mete auroras boreales a los vasos de cristal.
Es invierno en el norte, a las 6:58 de la tarde hace rato que ya oscureció y, cerca del puente internacional Santa Fe, la playlist del local reproduce las canciones viejas de Shakira —en inglés, porque aquí vienen muchos gringos.
Mariana Enríquez no ha visto al águila real disecada que está en una de las columnas del negocio; congelada con las alas abiertas en pos de una presa que nunca logró capturar. El ejemplar tiene más de ochenta años y el personal dejó de limpiarla porque el movimiento provocaba que se le desprendieran las plumas. Ahora acumula tanto polvo que se ha vuelto casi irreconocible, un perchero mustio. Si la hubiese notado antes, probablemente le habría tomado una foto con el celular para enviársela a Paul, su esposo (marido, mi marido) australiano que la espera en Buenos Aires.
Camina con pasos cortos porque tiene piernas cortas. La boca roja, vampírica, brilla incluso en la noche de la avenida Benito Juárez; en la nariz se nota la mancha del protector solar, sobre los párpados tiene una línea azul trazada con pulso quirúrgico, la frontera de sus monstruos. Usa zapatos cómodos y una camiseta con el apellido Bowie sombreado como un trueno (puede comentar música durante horas. A veces escucha metal suizo para escribir, a las tres de la mañana).
Antes de salir rumbo a Ciudad Juárez se cambió de ropa. Dice que le gusta la moda, le divierte alternar el vestuario incluso en sus presentaciones y lecturas. Es asidua de las tiendas de segunda mano.
Hace contacto visual cada vez que puede y saluda de beso y abrazo, con una familiaridad que desarma cualquier presunción de pedantería.
La parte que más disfruta de las giras es, precisamente, la dinámica con el público. Le interesa la literatura de conexiones, los localismos; si el texto no busca ese efecto, no lo lee. Me gusta que lo que escribo dialogue con la época. El diálogo tiene que ser metafórico, sutil y que pase por las obsesiones del escritor, comentó durante un encuentro con los estudiantes del máster de Escritura Creativa de la Universidad de Texas en El Paso. Sus anfitriones la llevaron a conocer lugares frecuentados por Cormac McCarthy, una de sus obsesiones.
Cuando estaba chica quería ser estrella de rock, como no lo consiguió, porque era malísima, se hizo escritora. Ahora la llaman la reina del terror y sus seguidores tienen su propio apodo: les marianers.
Lectura de Mariana Enríquez en El Centennial Museum de la Universidad de Texas en El Paso. 17 de noviembre de 2023. Foto: Julio Barrera Moreno.
Trata a su audiencia con una paciencia oriental, no se le quiebra la sonrisa en ninguna foto. Desde Ciudad Juárez fueron a verla al menos cincuenta personas que soportaron una hora de fila en el puente. Su presentación en el Centennial Museum de UTEP el 17 de noviembre estuvo a casa llena, más de 100 personas. En su sesión de autógrafos tuvo deferencia no solo con los juarenses sino también con quienes viajaron de otras partes de Estados Unidos para estar en el evento. Aprendes a administrar la energía. A una chica que vino desde Dallas, por ejemplo, le escribí una dedicatoria larguísima.
Jamás pierde el hilo de la conversación, no importa la cantidad de incisos que hagan sus interlocutores, Mariana Enríquez vuelve a encauzar el tema ya sea hacia las mujeres yokai y el simbolismo de su cabello suelto en la cultura japonesa; o hacia Blasphemous, uno de los últimos videojuegos que le encantó.
Cuando la presentaron como un “genio literario” en UTEP, desvió la mirada, se encorvó sobre sí misma y contempló los cuadros en exhibición del museo. A mí me llaman ‘genio’ cuando estoy haciendo algo que Stephen King ya hacía en los setenta, pero claro, como en la academia no lo leen a King entonces nadie lo nota. Después podemos hablar de si nos gusta o no el estilo, pero el que empezó a hablar de taras sociales y su peso fue King. Bueno, tampoco fue él el primero en hacerlo, pero fue quien lo popularizó, digamos, y ya está.
Adora a King y, por el contrario, destruye a Horacio Quiroga cada vez que tiene oportunidad. Quiroga leyó mal la tradición, dice a propósito del cuento “El almohadón de plumas”, es un relato que pretende o sugiere el vampirismo y ya por ahí vamos mal, porque los vampiros suelen ser esencialmente dos cosas: sexo y deseo. Eso no está. Tienes ahí a una mina que la pobre está encerrada en una casa medio gótica, toda enferma, y presumes que la causa puede ser el marido y luego resulta que no es el marido, que es un bicho. Y después lo de la cama, por favor, ¿cómo a una muchacha tan rica no le van a cambiar las sábanas? Eso de que ella pide que no lo hagan es muy deus ex machina de Quiroga, ¿acaso no se levanta orinar? ¿no la bañan? No, lo leyó mal Quiroga todo. Y como ese tiene otros cuentos que también son malos, al comentar eso último se le curvan las comisuras de la boca. Remata diciendo que le dan más miedo los relatos de Cortázar.
Aun sobre la avenida Juárez, pasando el Club 15 —una tasca que debe su nombre al aforo que hasta hace unos años era capaz de mantener—; asoma una farmacia naturista; en la entrada hay dos figuras de al menos metro y medio envueltas en envoplast. Una de ellas es la santa Muerte. Los pies se frenan de golpe, la Enríquez desenvaina el celular. Encuadra, dispara, baja el teléfono, curiosea dentro. Nada anormal, puros remedios. Qué extraño es todo acá.
Estuvo en una residencia de escritura hace poco, la Residencia Finestres, Cala Sanià, zona donde Truman Capote se aisló para poner los puntos de A sangre fría. No es una experiencia que repetiría porque no escribió nada: la trataron demasiado bien. Paseos, cenas, conferencias, poca reclusión, poca soledad o energía para enfrentar la pantalla. Armó un diario —requisito de la organización que gestiona el espacio, con el objetivo de reunir las voces de sus candidatos en un archivo colectivo de la casa— y una lista de reproducción para deshidratar a los oyentes. Nada más. La residencia tendría que ser horrible si se quiere escribir.
Enríquez afina su oficio de madrugada, se lanza de cabeza por la madriguera inquieta que son los buscadores de internet. Lee muchísimo, investiga un montón. La periodista encuentra el lado humano de la noticia, la escritora desentraña la tradición para hilar la verosimilitud de la historia. Si le clava los colmillos a un tema, lo desangra. Boca roja. Vampírica.
En el paseo de Juan Gabriel hay varios pósters de íconos importantes para la ciudad. Están la jirafa Modesto (no puede ser, Modesto, qué bello) y el payaso Niko Liko, a quien le rindieron homenaje por su retiro a los 80 años después de varias décadas sirviendo de entretenimiento para la infancia. El póster del payaso, no obstante, se ve poco afable. En lugar de maquillaje, Niko Liko usaba una máscara de tela. La imagen en blanco y negro eliminó los colores y, además, escondió los dientes y los ojos del payaso tras una película oscura. Una pesadilla. Voy a pasar toda la noche leyendo sobre esto. A las 10:13 p. m. ya tiene un enlace de Youtube con entrevistas a Niko Liko. ¡Por favor!
No suelta, desangra. Por eso le fascinan los fandoms, la devoción de los seguidores, el cómo ese amor deviene obsesión y luego se ramifica para mostrar la parte más oscura del deseo. La masa es movimiento y las redes han hecho que ese movimiento pase de lo privado a lo público, donde el impacto es tal que la comunidad puede tanto impulsar la carrera de un artista como depredarla. La Enríquez no pierde de vista este fenómeno. Todo buen fan es un vampiro.
En Buenos Aires la reconocen a menudo. Una vez la sorprendió un grupo de chicas en una tienda de segunda mano. Se había puesto lentes oscuros, pero no sirvió de nada. Una de ellas gritó ‘¡Es Mariana Enríquez!’ y enseguida estaban todas en la caja. Me dio pena con la cajera y yo llevaba un montón de bolsas en los dos brazos. Te podés imaginar. No estaba cómoda, iba en plan de comprar ropa. Pero son cosas que pasan.
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Boca roja. Vampírica. En el desierto.
Y un brazalete con una mariposa azul.
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Mariana Enríquez. Centennial Museum. Salón Buthan. 18 de noviembre de 2023. 10:30 de la mañana.
Le encanta la joyería. No le alcanzan los dedos para ponerse anillos. El brazalete con la mariposa azul lo compró en Francia, en Le Havre, una ciudad que fue objeto de unos 130 bombardeos durante la ocupación de la Alemania nazi.
La mariposa tiene las alas gordas, como si la hubiese dibujado un niño.
Al mediodía del 18 de noviembre espera a un chofér que la llevará a un evento en Chihuahua. Recibe un mensaje de Whatsapp donde este le pregunta por la dirección del hotel donde debe recogerla. Se llama Venustiano. Qué nombre ese, Venustiano. Pero señor Venustiano, se supone que usted es el que conoce acá, yo no soy de aquí. Le manda el enlace de Google Maps. Esperemos que llegue. Tiene las maletas casi listas y una pila de regalos (fanzines, libros, dibujos) de sus lectores. No está segura todavía de cómo movilizar todo eso, pero no quiere dejarlo en el hotel. Me sabe mal.
Bueno, querida, gracias por todo. Esperemos que Venustiano me ayude a llegar.
Le pregunté por su perfil sobre Joaquín Phoenix. A la periodista Leila Guerriero parece gustarle recomendar ese texto como parte de sus talleres sobre la escritura de perfiles. El final de esa pieza condensa una imagen altamente poderosa por el grado de vulnerabilidad que captura: “En la pantalla, Joaquin Phoenix no tiene superficie; es piel demasiado fina, con todas las terminaciones nerviosas y los músculos y la sangre al aire”.
¿Cómo llegó hasta esa imagen?
En una de las mesas del Savage Goods donde tomamos el desayuno (solo una avocado toast y una galleta de avena para ella porque no es de comer mucho en la mañana) me respondió que cuando piensa en Joaquín, lo que tiene en su mente es al muchacho tembloroso que llamó al 911 desde una cabina telefónica para avisar del incidente de su hermano (ella estaba enamorada/obsesionada con River Phoenix en esa época).
Volver a la voz de ese muchacho es pensar en la vulnerabilidad, la transparencia de Joaquín.
Me sonreí por dentro, pensando en la mariposa azul. Pensando que voy a recordar a esta mujer no solo por sus libros o su calidad humana, sino porque también es la persona que lleva un brazalete con una mariposa azul en la muñeca y esa mariposa ya no sueña con bombas.