—¿Por qué vas a New Orleans?
—No lo sé —la mirada de mi interlocutor en el espejo retrovisor me avisa que la respuesta es vaga, insatisfactoria.
—¿Cómo que no sabes?
Sonrío y me apresuro a enumerar todas las convenciones turísticas que conozco. El tranvía, los beignets, el jazz, la multiculturalidad (Francia, España, Estados Unidos), Tennessee Williams, el vudú, pisar una ciudad mordida por un huracán. Las listas nunca fallan, embotan el pensamiento y distraen a la gente de sus preguntas.
Pero la verdad es que nunca he tenido una razón particular para ir a NOLA, el deseo de conocerla ha estado allí, sempiterno, como el sudor del trópico.
Estoy durmiendo en una caja de cerillos. Una manaza nos sostiene y nos sacude, queriendo comprobar si la caja aún tiene fósforos para encender.
Despierto en el sofá azul y el temblor se arrastra frente a la puerta. Me tardo unos segundos tratando de identificar qué es lo que genera el ruido en esta mañana cenicienta y no lo logro. ¿Un camión de basura? No, el cesto sigue intacto cuando salgo a oler el rocío y saludo a uno de los vecinos de la acera de enfrente. Tal vez se me pasó la mano con el sueño y se me escapó el gigante, en verdad estaba antojado de fumar.
Reviso el itinerario:
Café Du Monde (beignets)
Museum of Death
Cemeteries
La casa de Tennessee Williams
City Park
Garden District
Me trago una grosería cuando la cajera del Café Du Monde me dice que solo aceptan efectivo. “Solly. Cash Only”, repite, con su acento sin erres. La buena noticia es que no muy lejos hay un local de souvenirs que tiene un par de ATM’s. Me cobran tres dólares de comisión y regreso a la ventanilla. Al final, me salió mejor la jugada porque me entregaron los beignets en una bolsa de take out y me senté a comer en una de las mesas. El lugar está abarrotado de turistas que zamurean el área de consumo tratando de encontrar un espacio para ordenar y, cuando lo consiguen, esperan como quince minutos a que los atiendan debido a la alta demanda de la clientela. Mastico. Noto que hay varios meseros y todos, sin excepción, tienen los ojos rasgados. Mastico. No me resulta tan curioso porque durante mi estadía en Seattle había un ambiente similar, supongo que las ciudades puerto recibieron una gran cantidad de migrantes durante las guerras. Me limpio los dedos con una servilleta. Una búsqueda rápida en Google me muestra que, según el censo de 2023, la población de personas descendientes de vietnamitas que reside en Estados Unidos es de unos 2,3 millones, el cuarto grupo más numeroso después de los chinos y los filipinos. Mastico.
Los beignets son decepcionantes. Masa frita que huele a dona y sabe a dona y le espolvorean tanta nevazúcar como para hacerte diabético en el sitio. La culpa es mía, claro, antes de conocerse como beignets las llamaban “Frech Market doughnuts” ¿qué era lo que esperaba?
Supuestamente, Café Du Monde vende un promedio de treinta mil masitas fritas al día.
Dejo unos billetes en el tobo de propinas de un grupo de jazz (el showman saludó en cinco idiomas, incluyendo chino y español) y emprendo el camino hacia la Jackson Square.
Itinerario:
Café Du Monde (beignets) ✔ La ración es estándar y trae tres piezas. Cuesta $11.
Museum of Death
Cemeteries
La casa de Tennessee Williams
City Park
Garden District
Ryan toma fotos cerca del Moonwalk, un paseo junto a la ribera del río Mississippi, que se ve tan marrón de cerca como desde el aire; un desecho de muchas acuarelas. Cuando le pregunto por su encuadre, me cuenta que hace fotos de la catedral de San Luis (St. Louis) y luego añade la app Le Pass que le permite monitorear las rutas del tranvía para tomarle fotografías también. Me enseña algunas de las fotos de su Instagram. Reparo en las noches tranquilas, la arquitectura fantasmagórica de la ciudad que ha capturado en su lente, su inclinación por las sombras y los chisporroteos de la luz. Le pregunto sobre la inseguridad ¿no le parece peligrosa New Orleans? Responde que yes, pero que él es cinta negra en Tae Kwon Do and besides I’m not as handsome as you are! Me pregunto si, de haberme quedado un poco más en la conversación, me habría comentado de su época de piloto en la Fuerza Aérea. Entonces, yo habría podido indagar en sus aficiones ¿de verdad es suficiente la seducción de una cámara para renunciar a los cielos? ¿Por qué anclarse a un trípode cuando podría seguir buscando las historias de las nubes?
The union must and shall be preserved.
A las 9:40 de la mañana, Bourbon Street no tiene rastro de su inmortalidad. Las luces de neón que salpican los charcos y las vidrieras están de reposo. La calle reserva sus energías para la noche. Por las avenidas paralelas resuenan los cascos de los caballos arrastrando carros turísticos, la voz del guía amplificada por los megáfonos. Avanzo sobre la capa invisble que cubre los adoquines; una lámina de vaho y polvo que se electrifica con el sol; o a lo mejor solo es cosa mía. De vez en cuando el olor a Fabuloso me pica la nariz y tengo que recordarme que no estoy en México, ni en la frontera, y me entran ganas de que alguien me contenga en el gesto amoroso de la palabra mija. Escribo en mi libreta que muchas casas tienen avisos de que les lancen la paquetería por encima de la verja porque no tienen buzón. En la calle Santa Ana agoniza un carnaval: hay papelillos encajados en las aceras.

El GPS me conduce a la casa de Tennessee Williams. Ya no tiene duende, parece que la convirtieron en pensión. Qué manía la mía de andar cazando fantasmas, a veces me interesan más que los vivos… la resaca emocional de mi obsesión por la memoria. Hago un video de la segunda planta con el celular y veo que se mueve una de las cortinas. Un flash dorado y azul. Ondeo la mano. El muchacho-Stanley se ve menos huraño cuando me regresa el saludo.
Itinerario:
Café Du Monde (beignets) ✔ La ración es estándar y trae tres piezas. Cuesta $11.
Museum of Death
Cemeteries
La casa de Tennessee Williams ✔ Poco concurrida. Una placa conmemorativa señala que se trata de un edificio histórico, pero nada más.
City Park
Garden District
Son las 10:12 de la mañana. Si la información en redes es correcta, el Museo de la Muerte debe estar abierto. It’s not far. Tardo unos diez minutos en llegar. El chico de la taquilla perfora mi boleto de calavera sobre una de las cuencas y me recuerda que no están permitidas las fotografías. Doesn’t matter, I’d rather take notes anyway. El hemiciclo está dividido en forma de ocho o de lancha o de techo de ballena, dependiendo de quien lo mire. En un aro están la entrada y la tienda de regalos, en el medio está la sección acerca de asesinos seriales con fotografías explícitas, videos, cartas y presuntos mementos. He would revisit his crime scenes, often several times to perform sexual acts on decomposing bodies, reza una leyenda sobre Ted Bundy. THE MONSTER IS DEAD! We make no apology for running these pictures. They are a chilling epitaph to the most heartless killer of this or any other country, reza un recorte de periódico del Weekly World News (olvidé anotar el año, qué galla). Repaso los nombres que me interesan: Edmund Emil Kemper III, Dana Sue Gray… contemplo un reloj sin manecillas “It’s too late to fall in love with Sharon Tate”, qué vaina más pavosa, aunque no es peor que la figura coleccionable de Charles Manson que pone los epítetos “músico, artista, profesor, poeta y profeta” en la caja. En el aro final hay antiguos instrumentos de embalsamar, máscaras mortuorias con los rasgos de personas famosas, muñecas victorianas para el duelo, esculturas de corderos (las ponen en los cementerios como símbolo de la muerte de un niño o de un adulto que ha sacrificado su vida para salvar a otros), apunto otra ficha histórica: The murder rate of Indigenous women is three times higher than non-native women. It is the third leading cause of death for Indigenous women.
Salgo del museo con ganas de visitar los cementerios.
Itinerario:
Café Du Monde (beignets) ✔ La ración es estándar y trae tres piezas. Cuesta $11.
Museum of Death ✔ Recorrido corto. Preferible para personas que se detienen a leer cada leyenda. Hacen descuento para estudiantes.
Cemeteries
La casa de Tennessee Williams ✔ Poco concurrida. Una placa conmemorativa señala que se trata de un edificio histórico, pero nada más.
City Park
Garden District
Se me está acabando la batería (otra vez) y ando cruzando bajo otro elevado en el que abundan las tiendas de campaña. Loving Hearts of LA. I’m hungry. Entro a Mais Arepas y me recibe la salsa caleña. Usted está en Cali/ ay mire ve/ si las mujeres son bellas y hermosas/ mi Cali se está juntando para su fiesta más popular/ En Cali se sabe gozar. Pido un ajíaco y una ración de empanadas de mechada. 17 dólares, el ajíaco más caro que me he comido en la vida, but it was worth it. Cargo el celular en la barra. La mesera me dice que el negocio ya tiene doce años en ese punto de la ciudad. Baila con la punta ‘el pie/ baila con la punta ‘el pie. Pruebo el arroz del ajíaco y se me hace aguao el guarapo: le ponen ajo y cilantro, como mi mamá. Juliana qué mala eres/qué mala eres, Juliana.
No me doy chance de hacer digestión porque todavía tengo camino por recorrer, pero dejo el local con la batería al 100.
How ya doing beautiful? Have a nice day.
Las casas del Garden District libran una competencia por ver cuál tiene más pinta de atrapar almas y muñecas. Son increíblemente bellas, e increíblemente white. Me ve un cuervo. Lo sigo. Se me escapa.
Llego al cementerio Lafayette N.° 1, el que sale en las películas, pero está cerrado. Hago fotos con Malasangre.
Mi cuervo está aquí. Canta desde la tumba de C. T. Small y luego se posa en la rama de una magnolia, su copa me hace sombra. Llega un tour. El guía comenta que el cementerio está dividido en cuatro etapas. La cremación todavía no es bien vista en NOLA. If you’re planning to die in New Orleans make sure to have your ID on you, bromea. Muchos cuerpos fueron enterrados sin identificar tras el Katrina. Las únicas ID’s que cargo a mano son mi carné de estudiante y la cédula vencida de memezuela. A girl says she likes my tote bag, her mom pushes her aside. I hold back my smile.
Pruebo suerte en Lafayette N°. 2. Este sí está abierto. El aura del sitio, que apenas estiraba la garra en Lafayette 1, acá se te va echando encima como una sábana. Se me entrecierran los ojos, siento cosquilleos en el brazo izquierdo. Cielo, en mi cultura no se hace turismo en los cementerios, no es bueno. Me siento frente a la tumba de Mrs. Louisa Jackson (1° de septiembre, 1933). Medito si hacerle la ofrenda de uno de mis zarcillos, luego recuerdo que, según maíta, no se le deben dar cosas personales a los muertos porque después te arrastran.